Creo en los procesos que transforman desde adentro. Aquí encontrarás un espacio para hablar sin miedo, entender tus emociones y recuperar la calma que tu vida necesita.Mi enfoque combina escucha profunda, estrategias prácticas y un acompañamiento humano que respeta tus tiempos.
AUTOLESIONES: ENTENDER LO QUE DUELE PARA PODER INTERVENIR

Hablar de autolesiones requiere más que términos clínicos: exige sensibilidad, ética y una comprensión profunda del dolor humano. No es una moda ni un acto superficial. Es, muchas veces, una manera desesperada de intentar manejar un dolor emocional que no ha encontrado otra salida. Quien se autolesiona no lo hace por llamar la atención, sino para calmar algo que por dentro pesa demasiado y que no sabe cómo procesar.
Cuando el dolor no se puede decir con palabras, el cuerpo termina gritándolo.
Desde la experiencia terapéutica, sabemos que la autolesión tiene una función psicológica clara. Puede calmar emociones fuertes, disminuir ansiedad, dar una sensación de control o convertir un sufrimiento emocional difícil de entender en un dolor físico que al menos se puede ubicar. El problema no es solo lo que se hace, sino lo que se aprende: que lastimarse parece ser la única manera de sentirse un poco mejor.
No es una elección, es un recurso aprendido para poder seguir adelante.
Detrás de esta conducta suele haber emociones que nunca encontraron espacio seguro para expresarse: culpa que se arrastra, vergüenza que no se dice, rabia contenida, vacío emocional y una voz interna muy dura que va minando la autoestima. Mucha gente no tuvo herramientas para entender lo que siente, y cuando las emociones rebasan, el cuerpo se convierte en la única salida posible.
Nadie se hace daño porque quiere, sino porque no sabe cómo cargar con lo que le duele.
Algo que no siempre se dice con claridad: la autolesión, en el momento, “funciona”. El alivio que genera es real y eso refuerza la conducta. Pero con el tiempo, ese alivio se convierte en una trampa: aparece más culpa, más miedo, más aislamiento. Y cada vez cuesta más salir del ciclo. No es un tema de fuerza de voluntad, es un mecanismo emocional que se afianza con los años.
Lo que hoy alivia, mañana puede volverse una cadena.
No todas las señales son tan visibles. No todo implica cortarse. También hay golpes, quemaduras, rascarse compulsivamente, usar sustancias con intención de daño, o exponerse a situaciones de riesgo. En lo emocional, pueden notarse cambios bruscos de humor, dificultad para expresar lo que se siente, aislamiento o una autoexigencia brutal. Hacer como que no pasa nada es cerrar los ojos justo cuando más se necesita ver.
No todo daño se nota, pero todo daño deja marca.
Si te sentiste identificado en algún momento, hay algo que necesitas escuchar: no estás mal, no estás roto, y no estás solo. Estás haciendo lo que puedes con lo que tienes. Y aunque hoy tu estrategia sea esa, no quiere decir que no puedas aprender otras. La autolesión no dice quién eres; dice lo que nadie te enseñó aún a manejar.
Tu forma de enfrentar el dolor no te define. Tu historia tampoco te condena.
Pedir ayuda no es rendirse. Al contrario, es tomar una decisión valiente. En terapia no se juzga, se acompaña. Ahí se pueden entender las raíces del dolor, aprender a regular emociones y empezar a construir una relación distinta con uno mismo. Con apoyo, todo se puede reaprender.
Buscar ayuda no es perder el control, es empezar a recuperarlo.
Hablar de autolesiones con seriedad no es minimizarlas ni hacerlas parte del paisaje. Es reconocer que son un grito de auxilio, una llamada urgente a mirar lo que duele. Y atenderlo a tiempo puede marcar una gran diferencia: la de seguir atrapado en el daño o empezar a sanar de verdad.
El dolor no desaparece solo. Pero sí se puede trabajar para que deje de doler tanto.
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